Mitos y verdades en la carrera de "Chiche" Gelblung
Sus límites éticos a la hora de hacer periodismo y su nota insólita en Atolón de Mururoa.
No hay grises en la carrera de Chiche Gelblung. Están los que recuerdan a los productores que desfilaron por la producción de Memoria y huyeron por no poder soportar su dinámica de trabajo y están los otros, más indulgentes, que piden no "juzgarlo moralmente".
- Perfil.com: ¿Usted tiene límites?
- Todos tenemos límites. Tenemos límites éticos, personales, de buen gusto.
- Me refiero a límites suyos para ejercer la profesión, ¿qué no haría?
- No hay nada que no haría. No haría algo que fuera desagradable para la condición humana, no serviría a los intereses de alguien que degrada la condición humana pero no dejaría de entrevistar a nadie. Si lo tuviera a Hitler enfrente, lo entrevisto también. Me parece que nosotros somos un servicio público, nuestro límite es la gente.
A sus 67 años, ha cruzado fronteras, muchas veces cuestionables, para presentar sus notas y se han creado "mitos" sobre su trabajo. Uno de ellos, por ejemplo, reza que Gelblung convenció a los mozos de un hotel africano de tirarse en una playa, bañados de jugo de tomate, para simular una matanza e ilustrar una de sus notas: "Me encantaría haber protagonizado esa historia. Sería muy bueno, pero no", desmiente.
Otra de las historias que se encuentra en los anales de su carrera es confirmada por él mismo: en Atolón de Mururoa, a raíz de una prueba nuclear, miles de pescados muertos habían copado las playas. Debía contar esa historia pero llegó tarde, cuando las costas estaban limpias, y debió forzar la escena: "Compré pescados porque la marea se los había llevado".
- Pero cambió la escena
- ¡Y sí! ¿Qué querés que haga? El 90 por ciento de las fotos son fotos producidas. Si cuando llego se van los pescados, tengo que poner los pescados. Eso lo he contado yo a la vuelta del viaje, no es un secreto que alguien descubrió.
- Perfil.com: ¿Usted tiene límites?
- Todos tenemos límites. Tenemos límites éticos, personales, de buen gusto.
- Me refiero a límites suyos para ejercer la profesión, ¿qué no haría?
- No hay nada que no haría. No haría algo que fuera desagradable para la condición humana, no serviría a los intereses de alguien que degrada la condición humana pero no dejaría de entrevistar a nadie. Si lo tuviera a Hitler enfrente, lo entrevisto también. Me parece que nosotros somos un servicio público, nuestro límite es la gente.
A sus 67 años, ha cruzado fronteras, muchas veces cuestionables, para presentar sus notas y se han creado "mitos" sobre su trabajo. Uno de ellos, por ejemplo, reza que Gelblung convenció a los mozos de un hotel africano de tirarse en una playa, bañados de jugo de tomate, para simular una matanza e ilustrar una de sus notas: "Me encantaría haber protagonizado esa historia. Sería muy bueno, pero no", desmiente.
Otra de las historias que se encuentra en los anales de su carrera es confirmada por él mismo: en Atolón de Mururoa, a raíz de una prueba nuclear, miles de pescados muertos habían copado las playas. Debía contar esa historia pero llegó tarde, cuando las costas estaban limpias, y debió forzar la escena: "Compré pescados porque la marea se los había llevado".
- Pero cambió la escena
- ¡Y sí! ¿Qué querés que haga? El 90 por ciento de las fotos son fotos producidas. Si cuando llego se van los pescados, tengo que poner los pescados. Eso lo he contado yo a la vuelta del viaje, no es un secreto que alguien descubrió.
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